
Mientras muchos todavía se preguntan qué es exactamente la inteligencia artificial (IA), otros ya están diseñando cómo será el mundo cuando convivamos con ella en todos los niveles de la sociedad. Esta semana se confirmó una de las noticias más impactantes del año: en Estados Unidos, el presidente Donald Trump firmó una orden presidencial que hará obligatoria la enseñanza de IA en todas las escuelas primarias y secundarias del país. Y no como una materia extra, sino como parte central del currículo escolar.
La medida, llamada “Advancing Artificial Intelligence Education for American Youth”, busca integrar el aprendizaje de IA de forma transversal. Es decir, no se trata solo de saber usar ChatGPT o alguna herramienta puntual, sino de formar a las nuevas generaciones para pensar, crear y resolver problemas con el apoyo de estas tecnologías. La IA dejará de ser un accesorio técnico para pasar a ser una herramienta pedagógica esencial, tanto para estudiantes como para docentes.
La implementación será rápida: en 90 días se formará una fuerza de trabajo compuesta por figuras clave del gobierno (como secretarios de Educación, Ciencia y Tecnología), y en 120 días las escuelas deberán comenzar a aplicar esta transformación. Además, se lanzará un concurso nacional de IA, en formato similar a los tradicionales certámenes de ortografía o debate, donde profesores y estudiantes competirán por demostrar su dominio de estas herramientas.
Esta decisión viene a reflejar una preocupación global: la educación actual no prepara a los jóvenes para el mundo que viene. Hoy, la realidad cambia más rápido que los programas escolares. ¿De qué sirve seguir evaluando memoria o fórmulas, cuando una IA puede ofrecer esa información en milisegundos? Lo que necesitamos es enseñar a los chicos a usar esa tecnología de forma crítica, creativa y responsable.
Este tipo de medidas no son casuales. China ya había anunciado que desde septiembre sus escuelas primarias también incluirán contenidos de IA. En ese contexto, Estados Unidos busca no quedarse atrás en la carrera por el liderazgo tecnológico global. Pero más allá de la competencia entre potencias, el verdadero impacto está en cómo esto va a redefinir la educación a nivel mundial.
IA: más potente, más rápida, más presente
Mientras tanto, los avances en inteligencia artificial no se detienen. Una gráfica publicada en la web AI Digest muestra cómo se ha acelerado su capacidad: los modelos actuales pueden realizar tareas que antes requerían más de una hora de trabajo humano, y la tendencia sugiere que para 2027 podrían hacer lo equivalente a un mes entero de tareas laborales. Es decir, se acerca una inteligencia artificial general (AGI), capaz de hacer lo que hace una persona promedio en su trabajo, pero sin descanso ni errores.
Figuras como Demis Hassabis, CEO de DeepMind, afirman que gracias a estos avances podríamos incluso curar todas las enfermedades con la ayuda de IA en la próxima década. Hassabis es una voz autorizada: su equipo creó AlphaFold, una IA que revolucionó la biología al predecir cómo se pliegan las proteínas, algo que antes tomaba años de investigación.
Por otro lado, Darío Amodei, CEO de Anthropic, alerta sobre la importancia de entender cómo razonan estas máquinas. En su artículo “The Urgency of Interpretability”, sostiene que estamos jugando con una caja negra: sabemos qué entra y qué sale, pero no cómo se conectan las piezas dentro. Esa opacidad es uno de los desafíos más grandes de la IA, sobre todo si queremos asegurar que su uso sea ético y seguro.
Anthropic, al igual que otras empresas, está invirtiendo fuertemente en alineamiento e interpretabilidad, dos áreas clave para que las IA “jueguen a favor de la humanidad”. Incluso están trabajando en explicar por qué una IA toma una decisión, lo cual será vital en campos sensibles como el crédito bancario, la medicina o la justicia.
¿Y el resto del mundo?
Mientras estas ideas se discuten en los laboratorios y gobiernos más poderosos, empresas como OpenAI, Google, Meta y xAI (de Elon Musk) siguen empujando los límites. Google declaró que más del 30% del código que producen hoy sus desarrolladores ya lo genera una IA. Y según estimaciones de Amodei y Sam Altman (CEO de OpenAI), para 2030 el 90% del código mundial podría estar escrito por inteligencia artificial.
Por su parte, OpenAI ha lanzado versiones nuevas de su tecnología: una API de imágenes con calidad altísima y una herramienta de investigación llamada Deep Research que ahorra horas de trabajo. Meta también lanzó su asistente en Europa, aunque con limitaciones, y Elon Musk está buscando 20 mil millones de dólares para construir “Colossus 2”, un sistema con un millón de GPUs que podría cambiar el juego por completo.
Incluso la industria del cine, que resistió durante años la irrupción de estas tecnologías, ya permite oficialmente usar IA en las películas nominadas a los premios Óscar. Lo que hace poco era impensable, hoy es parte del reglamento.
¿Qué significa todo esto?
Estamos frente a un cambio de paradigma. No se trata solo de aprender a usar nuevas herramientas, sino de adaptarnos como sociedad a una nueva forma de pensar, trabajar, educar y vivir. Que la IA sea parte de las escuelas no es una moda ni una medida futurista: es un reflejo de una transformación que ya está ocurriendo. La pregunta no es si vamos a usar IA en nuestra vida diaria. La pregunta es: ¿cómo queremos hacerlo?