Monday, June 2

El peronismo incel y el rechazo de una juventud que ya no es seducida

Por: Mariano Quiroga

En las fotos de los búnkeres políticos se revela más de lo que parece. No es solo una cuestión de estética o encuadre: es una radiografía de la época. Mientras los principales partidos —salvo La Libertad Avanza— muestran escenas opacas, de dirigentes acartonados, cabellos grises y trajes gastados por el poder, en el campamento libertario la postal es otra: juventud, celulares, redes sociales abiertas en simultáneo, una liturgia nueva que todavía no tiene nombre, pero que se siente viva.

La política argentina, en sus formas tradicionales, parece estar envejecida no solo en edad sino en deseo. Los gestos, las palabras, las formas de comunicación: todo remite a un tiempo anterior que ya no interpela. Como si buena parte de la dirigencia nacional —de todos los colores— se hubiera atrincherado en una versión congelada del pasado, repitiendo fórmulas como mantras sin eco. No se trata de una queja generacional: se trata de una percepción de época. Los búnkeres están llenos de adultos mayores que no sueltan el volante, y la renovación, más que demorada, está sistemáticamente taponada.

En cambio, La Libertad Avanza capitaliza algo más difícil de construir que una plataforma: una actitud. Su plana mayor está compuesta por pibes, ninguno con canas, y eso no es un dato menor. No porque ser joven garantice claridad o virtudes, sino porque lo juvenil, cuando logra canalizarse en política, no representa una edad sino una temperatura: la del tiempo presente. Ellos no solo entienden las nuevas formas de hablar: habitan las plataformas como si fueran barrios, dominan sus códigos, sus ritmos, sus efectos, sus ironías. Y lo hacen con la naturalidad de quienes no tuvieron que aprenderlo, sino que lo vivieron desde siempre.

La escena clave fue un video realizado con inteligencia artificial, dirigido al corazón del macrismo. En términos de votos, no movió agujas. Pero en términos de clima, fue un gol de mitad de cancha. Un mensaje brutal, crudo y generacional: “están viejos”. Un recado que no se discutió en editoriales ni se procesó en conferencias: se viralizó como un chisme filoso en una sobremesa adolescente. Y ahí está el punto: el terreno de la disputa ya no es solo el Congreso o la tele, sino esos lugares híbridos donde la política no parece política. Donde un stream puede tener más efecto que un acto. Donde un meme puede más que una ley. Y la reacción del PRO fue tan desfasada, tan ajena al código de época, que lo único que logró fue agrandar el golpe. Hablaron de democracia, de institucionalidad, de fantasmas. Y el público, que ya no mira la tele, apenas respondió con risas.

En esos gestos se nota una desconexión profunda. No porque la política tenga que volverse TikTok para sobrevivir, sino porque los partidos que no entienden las plataformas como parte del mundo real están condenados a hablarle solo a los que ya están convencidos. Y en eso también cae buena parte del peronismo. Hay algo del peronismo actual que se parece a un viejo despechado: recuerda con nostalgia cuando era deseado por las mayorías, cuando movía multitudes, cuando dictaba agenda. Pero hoy, atrapado entre la estructura que lo sostiene y la vitalidad que ya no genera, aparece muchas veces en modo “incel”: resentido con lo nuevo, desconfiado de los pibes, encerrado en foros internos donde se discute más sobre quién tiene razón que sobre cómo seducir de nuevo al pueblo.

En esa figura hay una clave cultural. El “incel político” no es solo alguien que no liga; es alguien que no se banca que otros sí estén ligando. No se banca que otros usen otras palabras, otros tonos, otros medios. El problema no es no tener votos, sino que los otros tengan likes. Y entonces se desacredita al streaming como si fuera una moda, se subestima a la viralización como si fuera ruido. Pero mientras tanto, del otro lado, los libertarios construyen subjetividad. No desde ideas profundas, sino desde climas afectivos: indignación, deseo de revancha, identificación emocional. Y eso —mal que nos pese— también es hacer política.

El streaming, es un emergente. No es un fenómeno marginal, sino una plataforma vital que condensa pasiones, ideas, odios y esperanzas. Se transmite en tiempo real, se comparte, se corta en clips, se comenta, se parodia. Tiene el ritmo de la vida, no el del discurso. La vieja política desprecia esa velocidad porque no puede seguirla, pero ahí es donde hoy se cuecen muchas de las nuevas lealtades. No importa cuántos puntos de rating tenga una entrevista en la tele si al día siguiente nadie habla de eso. Un stream puede tener mil espectadores en vivo y al día siguiente estar en boca de millones.

El problema de los bloques tradicionales no es solo que no entienden el streaming. Es que no saben qué hacer con él. Porque lo emergente sin cauce muere, pero lo estructurado sin vitalidad se pudre. La pregunta, entonces, no es quién tiene razón, sino quién tiene pulso. La Libertad Avanza lo entendió: capturó la ola y le dio cauce. No le dio profundidad, pero le dio forma. Convirtió un estado de ánimo difuso en un mensaje claro. Lo volvió campaña. Lo volvió votos.

Y mientras tanto, otras fuerzas siguen estancadas en sus contradicciones. Guillermo Moreno, por ejemplo, tiene una vitalidad particular, intensa, pero no logra canalizarla en algo más que performance. Leandro Santoro tiene estructura, pero le falta hambre. Hay muchas voces que dicen cosas interesantes, pero no despiertan entusiasmo. La política sin entusiasmo no enamora. Y sin enamorar, no hay poder.

Lo que se juega hoy no es solo una elección, sino un lenguaje. Una forma de narrar el mundo. La derecha lo entendió antes. Supo construir sentido común en memes, instalar marcos mentales en tres palabras, capturar el odio y el deseo al mismo tiempo. El progresismo, en cambio, quedó discutiendo si eso es válido, en lugar de dar la pelea en ese terreno. Se volvió moralizante, pesado, previsible. El algoritmo no perdona la pesadez: la salta. Y así, la distancia entre las dirigencias envejecidas y las audiencias flotantes crece como un abismo.

El futuro no está escrito, pero el presente sí tiene pistas. La juventud no es garantía de nada, pero sí es una advertencia: si no se la incluye, buscará su propio cauce. Y si la política no le ofrece una épica, encontrará una distopía que le prometa romperlo todo.

Los pibes no están en la calle, dicen algunos. No. Están en el chat. En el clip. En la reacción en vivo. En el servidor de Discord donde se discute política como quien juega. En el stream que explota porque alguien dijo algo incómodo. En ese barro nuevo, a veces hostil, a veces creativo, se está escribiendo una parte del relato argentino que muchos todavía se niegan a leer.

Y mientras algunos insisten en hablarle al pueblo con palabras de los ’70, otros ya están generando clips de 15 segundos que se comparten como si fueran verdad revelada. No hay que elegir entre una cosa y otra. Hay que entender que el sentido común, hoy, se disputa en esos intersticios. Y que quien no lo vea, corre el riesgo de quedarse hablando solo, rodeado de otras voces que tampoco entienden por qué ya nadie los escucha.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *