Monday, June 2

“El Eternauta nos embocó en la cara eso de creer que hay discusiones saldadas”. Por Demian Urdin

En diálogo con Multiviral, el antropólogo y editor Demian Urdin reflexiona sobre El Eternauta, su adaptación en Netflix y el presente de la historieta argentina. Entre la memoria, las pantallas y la intemperie cultural, plantea cómo narrar lo que se borra y transmitir lo que no llega al papel. Una conversación urgente sobre relatos, generaciones y sentidos en disputa.

Demian Urdin empezó a leer El Eternauta cuando tenía cinco o seis años. No lo recuerda con exactitud, pero sí recuerda el impacto: lo devoró como un juguete, como una ventana, como un misterio. “Mi papá coleccionaba historietas, mis primos también, y una tía socióloga me lo prestó. Lo hice pelota”, dice entre risas. Desde entonces, lo relee una vez por año. “Ya van más de 30 lecturas.”

La historieta, escrita por Héctor Germán Oesterheld y dibujada por Francisco Solano López entre 1957 y 1959, narra una invasión alienígena en una Buenos Aires nevada y sitiada. Pero la amenaza no viene del espacio, sino de la intemperie: la nieve mata. No hay elegidos, sino vecinos que se organizan para resistir. “El verdadero héroe es un héroe colectivo”, escribió Oesterheld. Esa idea —tan simple como radical— resuena aún más hoy, cuando la épica parece medirse en likes.

—¿Qué sentiste cuando supiste que Netflix adaptaría El Eternauta?

Miedo. Un miedo egoísta. Sentí que eso que era muy mío se volvía de todos. Como si se metieran en mi casa. Temía que se convierta en una tendencia vacía.

El proyecto se anunció en 2021, y desde entonces, Urdin fue atravesado por la incertidumbre. La serie, dirigida por Bruno Stagnaro y protagonizada por Ricardo Darín como Juan Salvo, se filmó entre 2022 y 2023 y se estrenó en mayo de 2025. Transcurre en un futuro distópico cercano y reinterpreta la obra con libertad, aunque conserva su carga emocional y política.

—¿Y la viste?

—Sí. Al principio me pareció un poco lenta. Pero después, la verdad, es un golazo. Logré soltar la cuestión de la fidelidad al libro. Me gustó mucho. Pero no me deja la sensación que me deja volver a leer El Eternauta. La historieta tiene otra potencia.

Urdin no lo dice desde un lugar nostálgico. Es antropólogo social, miembro de la Red de Investigadores de Novela Gráfica de América Latina (RING), editor de la revista Blast, representante de artistas, docente y creador del canal Guión y Dibujo. Sabe que una obra no es solo su texto, sino su recorrido.

“La repercusión fue fantástica. Se desactivaron todos mis miedos con algo muy concreto: la apropiación del público. Pasó algo que excede a los realizadores. Cuando una producción conecta, genera efectos sociales.” Lo ejemplifica con la aparición de afiches con la cara de Oesterheld y sus hijas, el aumento de consultas en Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, y nietos recuperados contando su historia en medios.

El Eternauta vuelve así a funcionar como grieta en el tiempo. Cuenta lo que pasa, lo que pasó y lo que se está dejando de contar. “Para nosotros, la dictadura era un tema presente en la adolescencia. Hoy hay pibes que no saben qué fue Malvinas, ni el terrorismo de Estado. Hay una ruptura generacional. Y la serie, sin proponérselo del todo, puso eso sobre la mesa.”

Ahí aparece la preocupación por la transmisión. “Hoy hay casas donde no hay libros. Ni uno. Pibes que nunca agarraron un libro. Que no tienen una biblioteca cerca.” Por eso, para Urdin, el vínculo con esos nuevos lectores no puede construirse desde la imposición.

—¿Cómo abordás esos temas desde la docencia?

—Hay que romper la lógica vertical de adulto a niño, de docente a alumno. Si un pibe me dice que le coparon los bichos del Eternauta, no le doy una clase sobre la Guerra Fría. Le recomiendo leer Mega, de Salvador Sanz. Y de ahí seguimos.

Ese enfoque horizontal y afectivo atraviesa todos sus proyectos: en Blast, donde conecta historietistas de América Latina; como representante de autoras como Paula Bofo y autores como Pedro Mancini o Pablo Dalio; y en su canal de entrevistas, donde conversó con más de 70 artistas.


Viñetas en movimiento: historieta argentina entre pantallas, memoria y precariedad

Urdin se mueve con naturalidad entre ferias de historieta y plataformas digitales. Para él, el mundo gráfico secuencial es un termómetro cultural. “Estamos en un momento de cambio profundo en la historieta argentina.”

Ese cambio es doble. Por un lado, material: la crisis económica golpea el acceso a los libros. “Ya no se venden como antes.” Por otro, cultural: las redes sociales modificaron los modos de lectura. “Hoy muchos llegan a la historieta por el scroll, no por el kiosco.”

En ese contexto, destaca la experiencia de Webcómic Mutante, plataforma digital del diario El Destape. “Nace cuando termina la experiencia de Fierro digital. La idea fue no cortar, seguir generando lectura sabiendo que no todo pasaría al papel.” Y no lo dice con resignación, sino con claridad: la historieta ya no debe pensarse solo como objeto impreso.

Mutante recupera dos tradiciones. La primera, la serialización por capítulos: “Ese chico del ’57 que iba al kiosco, hoy espera cada martes el nuevo episodio de La Sombra o Jenny del Postmundo.” La segunda, el desarrollo de personajes propios. “Hay una crisis de íconos. Mutante busca que haya figuras reconocibles, con fan art, identificación, merchandising.”

La sostenibilidad de ese ecosistema digital se apoya en un modelo mixto: presupuesto del medio, sistema de suscripciones (“comunidad mutante”), y derechos conservados por los autores.

—¿Se puede vivir de la historieta?

—Vivir solo de derechos de autor es una ficción. Siempre lo fue. Hay que diversificar: talleres, videojuegos, comisiones, comunidad. Es como ser periodista. Tenés que tener varios ingresos.

Esa red de oficios y vínculos sostiene a las producciones independientes. También permite una relación directa con los lectores. En ese sentido, la serie de El Eternauta funcionó como disparador: “Muchos pibes dijeron: ‘¿Esto viene de un cómic?’ Y cuando ven el libro, hacen click. Pero ese click parte de la pantalla. No podemos pedir que ya tengan el libro en su casa.”

Para Urdin, la clave es sostener el relato, más allá del formato. “No se trata de salvar el papel. Se trata de que haya narración gráfica, nuevas voces, nuevas preguntas.” El movimiento feminista, dice, fue clave en esa renovación: nuevas estéticas, temas, urgencias.

Pero también alerta sobre una amenaza: el retroceso de las políticas públicas. “Desaparecen los eventos en municipios, las compras estatales de libros, las actividades en provincias. Eso impacta muchísimo.” La producción cultural necesita instituciones que la cuiden. Hoy, esas instituciones están en retirada.

—¿Qué se puede hacer?

—Tejer redes. Compartir recursos. Promover lo que hacen otros. No soltar. Aunque sea difícil, hay que seguir.

ESTE SABADO TE INVITAMOS A DIALOGAR CON DEMIAN Y JUAN SASTURAIN


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