
En nuestra vida digital hay nombres que suenan familiares: Google, Instagram, TikTok, Netflix. Pero detrás de cada sitio web, cada correo electrónico y cada app que usamos, hay un sistema técnico que los conecta con nosotros. Ese sistema tiene una especie de columna vertebral: los nombres de dominio y las direcciones IP. Para que vos escribas “.com” o “.org” y llegues a donde querés, alguien tiene que asegurarse de que esos nombres funcionen, no se repitan y sean seguros.
Ese “alguien” no es un Estado, ni una gran corporación. Es una organización que tal vez nunca escuchaste nombrar: ICANN, sigla de la Corporación de Internet para la Asignación de Nombres y Números, con sede en California. Desde hace más de 25 años, ICANN cumple un rol silencioso pero central: coordina y supervisa el sistema de nombres de dominio (DNS, por sus siglas en inglés), el “mapa” que mantiene a Internet funcionando de forma ordenada y estable.
Pero como todo lo que tiene poder, también enfrenta tensiones. Y hoy, mientras las tecnologías digitales evolucionan a pasos acelerados, ICANN está atravesando un momento clave: una revisión profunda de sus propias reglas, estructuras y mecanismos de participación.
Nuevas reglas para un juego global
Desde el 12 de mayo de 2025, ICANN abrió una consulta pública sobre su nuevo Código de Conducta. Puede sonar como algo interno, menor o burocrático, pero en realidad se trata de un paso importante para fortalecer la transparencia y la participación real en el interior de la organización.
¿De qué se trata? Básicamente, de clarificar qué se espera de las personas que participan en sus procesos, cómo se deben comportar, cómo se resuelven conflictos y cómo se garantiza que todos tengan la oportunidad de participar de manera justa. Este código no es decorativo: sirve para mantener la integridad de un modelo que se basa, precisamente, en la colaboración abierta entre actores muy distintos.
ICANN no toma decisiones solo. Su modelo de gobernanza —que se suele llamar “multipartito”— incluye a gobiernos, empresas, técnicos, académicos, organizaciones de la sociedad civil y usuarios individuales. La premisa es simple pero ambiciosa: que todos los actores tengan voz en cómo se organiza Internet.
Sin embargo, ese ideal también enfrenta desafíos.
Un poder nuevo: el veto de la comunidad
El 8 de mayo de 2025, ICANN aprobó su Plan Operativo para el período 2026-2030. Además de los objetivos estratégicos, el plan incluyó una novedad institucional de peso: el “Poder de Rechazo de la Comunidad Empoderada”. Suena complejo, pero en el fondo es algo bastante claro: un mecanismo de control ciudadano sobre las decisiones de la cúpula directiva.
¿La Junta Directiva toma una decisión que la comunidad considera equivocada? Con este poder, puede rechazarla. Es como un veto colectivo, que busca evitar abusos y garantizar que las decisiones de alto nivel se mantengan alineadas con el consenso amplio del ecosistema.
Es una jugada fuerte. No es común que una organización internacional de este tipo —y mucho menos una técnica— se someta a un control de este tipo. Y muestra que ICANN está intentando adaptarse a un entorno cada vez más exigente, donde la legitimidad se construye no sólo con resultados, sino también con procesos abiertos y auditables.
Críticas al modelo: ¿demasiado lento para un mundo rápido?
Sin embargo, no todo son aplausos. Algunas de las organizaciones que participan activamente en ICANN vienen señalando problemas en el funcionamiento del modelo multipartito.
Un ejemplo contundente es Meta, la empresa madre de Facebook, Instagram y WhatsApp. En una reciente intervención, Meta cuestionó la lentitud de los procesos internos para desarrollar políticas. Puso como ejemplo un caso relacionado con el cumplimiento del Reglamento Europeo de Protección de Datos (GDPR) que tardó más de cuatro años en resolverse. En el mundo digital, eso es una eternidad.
La propuesta de Meta fue clara: menos reuniones, más efectivas; objetivos concretos y resultados medibles. En otras palabras, que ICANN se ponga a la altura de los tiempos que corren.
También el Grupo de Partes Interesadas de Registros (RySG) —que reúne a empresas que gestionan nombres de dominio— expresó inquietudes. Pidieron eventos más breves, mejor gestión de recursos y que se mantenga la diversidad geográfica de las reuniones, pero sin despilfarros.
Estas críticas no son menores. Apuntan a un miedo que sobrevuela el debate digital: que la burocracia y la lentitud terminen debilitando al modelo participativo, y abran la puerta a propuestas más verticales o cerradas, donde el poder lo tengan unos pocos.
La irrupción de Web3: dominios tokenizados y nuevas tensiones
En paralelo a estas discusiones internas, un nuevo frente de tensión aparece en el horizonte: el avance de tecnologías descentralizadas como la Web3 y su relación con el sistema tradicional de nombres de dominio.
El 6 de mayo, la empresa EnCirca, acreditada por ICANN, anunció que comenzará a ofrecer dominios tokenizados, es decir, nombres de dominio convertidos en activos digitales en blockchain. Lo innovador es que los usuarios no necesitarán tener conocimientos técnicos ni criptomonedas. La idea es simple: hacer que cualquiera pueda entrar a la Web3 desde el mundo que ya conoce.
Pero esto también genera conflictos. La DNS Research Federation publicó recientemente un informe que alerta sobre posibles colisiones de nombres: situaciones donde una misma dirección, como “.crypto” o “.blockchain”, existe en el sistema tradicional y en una blockchain, pero apunta a lugares distintos. El riesgo no es sólo técnico: ¿quién tiene la autoridad final sobre un nombre de dominio? ¿ICANN o una blockchain?
Esta disputa, aún incipiente, pone sobre la mesa una pregunta fundamental: ¿es posible compatibilizar la gobernanza centralizada con los principios descentralizados que propone la Web3?
Una reunión clave en el horizonte
Para debatir todo esto —y más—, ICANN se reunirá del 9 al 12 de junio en Praga, en su encuentro número 83. Será una cumbre híbrida, presencial y virtual, con participación de todo el mundo.
Y no será una reunión más. El ecosistema digital está en ebullición: inteligencia artificial, ciberseguridad, brechas digitales, concentración de plataformas, desinformación. Todo eso exige un nuevo contrato social digital, y ICANN quiere —o al menos intenta— ser parte de esa conversación.
La pregunta es si podrá renovarse sin perder su espíritu original: el de construir un Internet abierto, estable y en manos de muchos.
¿Por qué esto te debería importar?
Porque cada vez que escribís una dirección web, enviás un mail, hacés una compra online o publicás una idea en redes, estás usando un sistema construido sobre pilares invisibles. Uno de esos pilares es ICANN. Y aunque no lo veas, lo que se decida en su interior puede afectar cómo, cuánto y para quién funciona Internet.
En un tiempo donde crecen las propuestas autoritarias, los muros digitales y las plataformas cerradas, defender modelos participativos como el de ICANN —mejorados, sí, pero abiertos— es una forma concreta de proteger un Internet más humano, más diverso y más nuestro.
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