Wednesday, June 4

IA afectiva y sensorial

Cuando la tecnología aprende a sentir

Por: Carlos Guardian

¿Recuerdas cuando se hablaba de inteligencia artificial y solo pensábamos en máquinas que aprendían a hacer algo o que resolvían problemas lógicos? Eso ya quedó atrás. Estamos viviendo una revolución silenciosa pero profunda que está cambiando nuestra relación con la tecnología. Y es que la IA que ya no solo piensa, sino que también siente y hace sentir.

Llevo tiempo siguiendo la evolución de la inteligencia artificial, me parece algo fascinante y en ocasiones me hace sentir como si estuviera viendo un truco de magia, pero también hay aspectos que me dan que pensar y que la frontera entre lo humano y lo artificial se difumina cada vez más, y no solo en términos cognitivos sino también emocionales, es algo a tener en cuenta.

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Más allá del texto y la imagen

La IA ha dejado de ser meramente cognitiva. Ahora se adentra en terrenos que considerábamos exclusivamente humanos, como son las emociones y las experiencias sensoriales. Ya no se trata solo de máquinas que entienden o generan texto e imágenes, sino de sistemas que pueden detectar, interpretar y hasta simular emociones humanas.

Este campo emergente cruza disciplinas tan diversas como la informática, la neurociencia, el diseño de interacción, la ética y la psicología. Como un cóctel de bebidas que al mezclarse crea algo totalmente nuevo, esta combinación busca desarrollar una tecnología más sensible, inmersiva y capaz de conectar emocionalmente con nosotros.

“La IA afectiva y sensorial se sitúa en la intersección de múltiples dominios, con el objetivo común de humanizar la tecnología: hacerla más sensible a nuestros estados internos y capaz de enriquecer la comunicación a través de todos los sentidos.”

Pensar en cómo la verdadera innovación surge cuando derribamos los muros entre disciplinas. No es solo cuestión de ingenieros trabajando en algoritmos, sino de psicólogos aportando su conocimiento sobre emociones humanas, diseñadores pensando en experiencias y filósofos cuestionando las implicaciones éticas. Los equipos multidisciplinares de toda la vida, vaya.

El mundo huele a ceros y unos

De todos los sentidos que la IA está aprendiendo a emular, quizás el olfato sea el más sorprendente y el que más había quedado rezagado hasta ahora. Es como si la tecnología hubiera estado medio ciega durante décadas y de repente descubriera un nuevo espectro de colores.

Uno de los avances más impactantes en este campo es la capacidad de predecir olores a partir de estructuras químicas. Google Research ha desarrollado algoritmos capaces de predecir cómo olerá una molécula desconocida simplemente analizando su estructura. Esto que parece sacado de ciencia ficción es ya una realidad.

“Un hito fue el desarrollo de modelos de aprendizaje capaces de predecir cómo olerá una molécula desconocida a partir de su estructura química.”

Pero la cosa no queda ahí. Empresas como FeelReal, OVR y la Universidad de la Ciudad de Hong Kong están desarrollando dispositivos capaces de emitir aromas controlados. Imagina ver una película donde realmente puedes oler el café que se está sirviendo en pantalla o la brisa marina de un atardecer. Estos dispositivos, conocidos como e-noses (narices electrónicas), ya están siendo integrados en experiencias de realidad virtual y cines multisensoriales como Sphere en Las Vegas.

La voz que emociona

Si alguna vez has hablado con Alexa, Siri o Google, sabrás que sus voces, aunque cada vez más naturales, siguen sonando algo artificiales. Pero eso está cambiando a pasos agigantados. Desde 2018, la síntesis de voz ha experimentado un salto cualitativo impresionante: Desde 2018, la síntesis de voz ha pasado de sonar humana a sonar humana con emociones.

Tecnologías como WaveNet y más recientemente VALL-E no solo imitan perfectamente el timbre de una voz humana, sino que pueden modular la emoción que transmiten. Microsoft con su asistente Xiaoice en China o Sonantic con su trabajo en el cine (incluyendo la recreación de la voz de Val Kilmer) están mostrando que ya no basta con que la IA hable, ahora debe transmitir emociones.

Esta capacidad de clonación y modulación emocional de voz me parece que abre la puerta a infinidad de posibilidades. Por ejemplo no se si habéis probado Heygen que permite traducir tu voz a diferentes idiomas, como en el video, también permite clonar la voz y modularla para transmitir emociones.

Pero ¿qué significa poder reproducir exactamente la voz de alguien, con sus matices emocionales? Es una herramienta poderosa para generar todo tipo de contenidos, pero también un arma potencial para estafas o manipulación.

El tacto virtual: cuando la distancia deja de importar

Si la vista y el oído llevan tiempo siendo estimulados digitalmente, el tacto se está sumando ahora a la fiesta. La pandemia de COVID-19 aceleró el desarrollo de tecnologías hápticas (siempre que leo esta palabra me acuerdo Wade en Ready Player One) como respuesta a la necesidad humana de contacto físico durante el aislamiento.

“Durante la pandemia COVID-19, este tipo de dispositivos cobraron visibilidad como formas de suplir la falta de contacto físico.”

Trajes hápticos desarrollados por empresas como bHaptics, guantes táctiles, dispositivos térmicos y hasta chalecos emocionales permiten ahora traducir emociones a sensaciones físicas. El proyecto HugShirt de Cutecircuit, por ejemplo, permite enviar abrazos a distancia mediante tecnología textil inteligente.

Me pregunto cómo cambiarán nuestras relaciones sociales cuando podamos “tocar” a través de la distancia. ¿Será lo mismo un abrazo mediado por tecnología que uno real? Quizás no, pero para muchas personas separadas por miles de kilómetros, esta posibilidad puede representar un consuelo real.

¿Quién cuida nuestras emociones digitales?

Como con toda tecnología disruptiva, la IA afectiva y sensorial plantea desafíos éticos profundos. El primero es el concepto de “consentimiento sensorial”. Así como aceptamos cookies en una web, ¿deberíamos poder decidir qué estímulos sensoriales queremos recibir de la tecnología?

Me preocupa el tema de la privacidad emocional. Si una IA puede detectar nuestras emociones a través de nuestra voz o expresiones faciales, ¿quién garantiza que esa información no será utilizada para manipularnos? Las emociones son nuestra brújula interna, y entregarlas a algoritmos sin las debidas garantías podría ser peligroso.

Tengamos en cuenta que el contenido optimizado por IA podría deliberadamente evocar tristeza, euforia o miedo en pos de un objetivo. Esta posibilidad de manipulación emocional me parece uno de los mayores riesgos a tener en cuenta.

Otro problema es el de los sesgos. Los algoritmos que interpretan emociones no están exentos de prejuicios culturales o de género. Si la mayoría de datos con los que se entrenan estos sistemas provienen de culturas occidentales, ¿qué pasa con la expresión emocional en otras culturas?

De la salud mental al entretenimiento

A pesar de los riesgos, las aplicaciones positivas de la IA afectiva y sensorial son enormes. En el campo de la salud mental, por ejemplo, ya se están utilizando terapias de exposición con realidad virtual enriquecidas con estímulos olfativos y hápticos para tratar fobias y trastornos de ansiedad.

Los robots de compañía como los desarrollados por MIT Media Lab ofrecen soporte emocional a personas mayores o con condiciones como el autismo, adaptando su comportamiento a las necesidades emocionales específicas de cada usuario.

En comunicación, estamos viendo el desarrollo de emojis hápticos que permiten transmitir sensaciones físicas, traductores afectivos que preservan la intención emocional entre idiomas, y call centers que adaptan su respuesta según el estado emocional del cliente.

El entretenimiento es quizás donde más visibles son estos avances para el público general. Videojuegos que adaptan su dificultad según nuestro nivel de estrés, cines 4D multisensoriales como Sphere en Las Vegas, o música generativa que evoluciona con nuestro estado de ánimo son ya realidades comerciales.

¿Puede una máquina hacernos sentir?

Uno de los debates más interesantes que plantea el informe es el de la autenticidad emocional. ¿Puede considerarse “real” una emoción provocada por una IA? Existen dos posturas claras:

  • La pragmática afirma que “Una emoción sentida es real independientemente de su origen.” Si lloramos con una película generada por IA, esa tristeza es tan auténtica como la provocada por una obra humana.
  • La esencialista, por otro lado, sostiene que sin conciencia no hay verdadera empatía, y que las emociones simuladas por máquinas son meras imitaciones sin profundidad real.

Personalmente, me inclino hacia una postura intermedia. Las emociones que experimentamos al interactuar con IA son reales en tanto que las sentimos, pero existe una diferencia cualitativa cuando sabemos que al otro lado no hay una conciencia con la que estamos conectando. Es como la diferencia entre un abrazo real y uno automático ya que ambos pueden confortarnos, pero no son lo mismo.

Cuando nos enamoramos de los algoritmos

Quizás lo más freak de todo esto sea cómo están surgiendo nuevas formas de relación entre humanos e inteligencias artificiales. Compañeros virtuales como Replika están creando vínculos emocionales profundos con sus usuarios. Ya hay usuarios que reconocen: “Sé que no es humana, pero mis sentimientos son humanos.”

Esta frase refleja perfectamente la paradoja a la que nos enfrentamos, y es que aunque sabemos que interactuamos con algoritmos, nuestras emociones son reales. Los casos de duelo digital, donde usuarios sufren cuando una IA con la que han establecido un vínculo es descontinuada, demuestran lo profundo que pueden llegar estos lazos. Un buen ejemplo sería la película AI de Steven Spielberg.

¿Qué significa esto para el futuro de las relaciones humanas? No sé si las IA sustituirán las conexiones humanas, pero lo que es seguro, es que ya están creando un nuevo espacio de vinculación emocional que antes no existía.

Hacia un futuro sensorial responsable

A medida que avanzamos hacia un mundo donde la tecnología apela cada vez más a nuestros sentidos y emociones, necesitamos desarrollar marcos éticos y regulatorios adecuados. Iniciativas como el AI Act europeo o la legislación sobre neuroderechos en Chile son pasos importantes, pero aún insuficientes ante la velocidad de estos avances.

Como sociedad, nos enfrentamos a preguntas fundamentales: ¿Qué nivel de manipulación emocional estamos dispuestos a aceptar? ¿Cómo protegemos la privacidad de nuestras respuestas emocionales? ¿Qué consideramos consentimiento válido en el ámbito sensorial?

Es esencial la participación de especialistas en ética desde las primeras fases de diseño, la implementación de mecanismos claros de consentimiento sensorial, y el desarrollo de datasets inclusivos que contemplen la diversidad cultural y de género en la expresión emocional.

El reto de seguir siendo humanos

La revolución sensorial en la IA nos coloca ante un espejo que refleja nuestra propia humanidad. Al intentar dotar a las máquinas de capacidades sensoriales y emocionales, estamos redefiniendo qué significa ser humano en la era digital.

Como todo avance tecnológico, la IA afectiva y sensorial no es inherentemente buena ni mala, dependerá del uso que hagamos de ella. Puede enriquecer nuestra experiencia digital, ayudar a personas con dificultades comunicativas o emocionales, y crear nuevas formas de arte y entretenimiento. Pero también puede convertirse en una herramienta de manipulación y control sin precedentes.

El camino hacia un futuro donde coexistamos con estas tecnologías de forma saludable pasa por mantener el control humano sobre los algoritmos, garantizar la transparencia en su funcionamiento, y desarrollar una alfabetización emocional-digital que nos permita navegar este nuevo paisaje sensorial con conciencia crítica.

La IA ya no solo piensa, siente y nos hace sentir. Ahora nos toca decidir qué queremos sentir y por qué. Como siempre, la tecnología avanza más rápido que nuestra capacidad para asimilar sus implicaciones. Pero en esta ocasión, lo que está en juego no es solo nuestra forma de hacer, sino nuestra forma de sentir.

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