Friday, June 6

Crónica del Día de Internet en Buenos Aires: una red que nos une y también nos desnuda

Por: Mariano Quiroga

El Sábado 17 de mayo se celebra el Día Mundial de Internet. Mientras la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se preparaba para los comicios electorales porteños, un pequeño núcleo de personas se reunió para hacer lo que no siempre se hace con esta herramienta omnipresente: pensarla. Preguntarse de qué está hecha, quién la maneja, para quiénes trabaja y para quiénes no. El evento fue organizado por la asociación Internauta, en el marco de una fecha que se celebra en más de 60 países. Pero esta vez, el ritual tuvo algo distinto. No hubo brindis de marketing ni algoritmos festejando su eficiencia. Hubo palabras. Palabras para desarmar la red.


La primera que tomó la posta fue Tamara Zylberstejn, licenciada en Comunicación y especialista en accesibilidad digital. Con tono calmo pero firme, arrancó por una pregunta tan básica como olvidada: “¿Dónde vive internet?” Y no era una pregunta técnica. “Todo el tiempo estamos transitando el universo virtual de internet… ¿qué pasa atrás de todo eso?”, preguntó al público, que empezaba a acomodarse en la incomodidad del pensamiento.

Zylberstejn desandó las capas de esa pregunta, llevando a los presentes por la historia de los foros multinacionales que, entre 2005 y 2007, empezaron a hablar de “gobernanza de internet”. “Se la pensó que no sea el gobierno de internet, justamente para no vincularlo solamente a una idea de política de Estado… sino que sea un modelo de gobernabilidad donde los múltiples actores… puedan reflexionar, salir a disputar sus terrenos en ese universo”. Enumeró esos actores: sector académico, comunidad técnica, gobiernos, empresas privadas. Y concluyó con una idea potente, casi militante: “Somos todos un poco gobernanza desde el lugar que nos toca”.

Luego tomó la palabra Bautista Rolón, joven fundador de LOTO Stream e integrante de Internauta. Su intervención fue más directa, casi incendiaria. Habló de regulación, pero no como un tecnicismo. “Que el Estado no regule, lo que sucede es que el sector dominante genera un estado de censura”. Denunció que los poderosos digitales se autoeximen del control con una eficacia inquietante: “Buscan constantemente quedarse por fuera de lo que debería ser la regulación para una vida que hoy no podemos escapar de la digitalidad”.

Rolón, con ejemplos punzantes, expuso las desigualdades estructurales del acceso digital en el país. “Hace 10 años era moderno que en la puerta de tu casa tengas wifi. Pero hoy lo que es realmente moderno, transgresor y que realmente le puede modificar la vida a una persona es que cuente con banda ancha dentro de su casa, con un cable de internet”. La conexión como derecho y como frontera entre inclusión y exclusión. Lugano y Palermo, dijo, no tienen las mismas herramientas para que un pibe entre al mercado digital.

Habló de pandemia, de leyes, de cables y computadoras. Pero sobre todo, habló de lo que está en juego: “Hoy habitamos otro territorio, y si no lo podemos habitar, si no contamos con los recursos clave, nos quedamos fuera de un montón de procesos de la vida”.

La siguiente voz fue la del periodista y docente Luis Lazzaro, quien con un tono pedagógico y una mirada histórica propuso un recorrido que fue desde la Declaración de la UNESCO hasta los algoritmos invasivos. Lazzaro no habló de la red como tecnología, sino como humanidad. “Considerar a internet, considerar la conectividad… como el ejercicio de un derecho humano fundamental y básico”, dijo, marcando el inicio de una intervención que fue más ética que técnica.

Denunció las falsas dicotomías entre viejas y nuevas tecnologías, y retomó el espíritu con el que nació la red: “Internet aparece como una especie de utopía salvadora… pero pasó lo mismo que con los medios tradicionales: las corporaciones se fueron apropiando del centro de la telaraña”.

Su mirada fue también estructural. “A través de estos flujos de bytes hay cultura, hay información, hay noticias… y tenemos todo el derecho de reclamar que sobre esas capas haya una tutela de los derechos de la sociedad”. Propuso cinco principios para pensar ese nuevo pacto digital: universalidad, privacidad, no discriminación, diversidad y neutralidad de la red. Y cerró con una advertencia que dejó silencio en la sala: “La libertad de los ciudadanos se diluye cada vez más… preservar ese espacio de decisión es una de las grandes peleas que debemos dar”.

La última en hablar fue Camila García, periodista y politóloga, especializada en Economía del Conocimiento. Fue quizás la más dura en sus diagnósticos. “Hoy por hoy estamos en el subsuelo de la patria… tenemos un 30% menos de inversión en ciencia y tecnología”, afirmó sin titubeos. Habló con datos, pero también con bronca. “Tenemos los mejores recursos humanos muy valorizados a nivel mundial, y todo eso no se pone en valor porque no hay financiamiento para las universidades públicas”.


Denunció la precarización de los trabajadores del software, muchos de los cuales están formalmente empleados pero con condiciones laborales frágiles. “Son trabajadores que están en un grado de informalidad bastante alto”, dijo, apuntando a los contratos internacionales sin obra social ni jubilación. También criticó a grandes empresas por usar beneficios fiscales en la Ciudad para instalarse “en un monoambiente sin laburantes” y fugar producción a Uruguay.


Propuso, en cambio, un “mix” virtuoso entre universidades, capital privado y Estado presente. “Ningún estado ni proyecto político de país se puede establecer sin el aporte del Estado”, afirmó. Su frase final sonó como una alarma: “La economía del conocimiento exportaba hasta 2023 unos 8.100 millones de dólares, que hoy por hoy está todo desfinanciado”.

El evento no terminó con una conclusión sino con una sensación: que internet no es neutro, ni automático, ni mágico. Que lo usamos todos los días, pero no lo pensamos todos los días. Que lo damos por hecho, pero lo que está en juego es demasiado grande para dejarlo en manos de pocos. Que los cables que cruzan el país llevan datos, pero también llevan democracia, ciudadanía, derechos. Que no alcanza con estar conectados. Hay que estar también conscientes.

Y eso, quizás, fue lo más importante del Día de Internet en Buenos Aires: no hubo aplausos fáciles ni promesas de innovación. Hubo preguntas. Hubo cuerpo. Hubo palabras que intentaron, aunque sea por unas horas, hackear el silencio.

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