Wednesday, June 4

La generación muda: por qué los jóvenes evitan hablar por teléfono

Por: El Periodico

Hace tiempo que lo venimos intuyendo: algo cambió en la forma de comunicarse. Lo notamos en casa, cuando los adolescentes mandan audios en vez de llamar a sus abuelos; en el trabajo, cuando los más jóvenes piden todo por mensaje, incluso si están en el escritorio de al lado. Pero más allá de anécdotas, hay una transformación profunda y estructural en juego. Y Ferran Lalueza, experto en comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), lo pone en palabras claras: “Los jóvenes no llaman por teléfono por miedo a mostrarse como son”.

La frase es parte de una entrevista que le hace la periodista Helena López en El Periódico, y que vale la pena leer entera. Porque no solo habla de un cambio generacional, sino también de una nueva forma de estar en el mundo. Una forma en la que la necesidad de control le gana terreno a la espontaneidad, y en la que la autenticidad se vuelve un riesgo más que un valor.

La paradoja de la autenticidad

Vivimos en una época que celebra la autenticidad, la transparencia, el “sé vos mismo”. Pero en la práctica, los más jóvenes —esa “generación muda” que creció con pantallas táctiles y redes sociales— juegan una partida distinta. Publican en Instagram la mejor de las cincuenta fotos que se sacaron, y si todavía no están conformes, le suman un filtro. Graban una nota de voz y, si no les gusta cómo quedó, la borran y la repiten hasta que suene como quieren. ¿Es eso malo? No necesariamente. Pero sí marca una diferencia profunda con otras generaciones, que crecieron con menos edición y más “lo que salga”.

Para Lalueza, este comportamiento no es frivolidad ni simple vanidad. Es una forma de protección. “Todo lo que nos desnuda y nos muestra tal como somos es lo que intentan evitar”, dice. En un mundo donde todo se expone, se guarda, se reenvía y se comenta, mostrarse tal cual uno es puede sentirse como una amenaza. Mejor calcular, pensar, editar. Mejor parecer que ser.

El “terror” a la llamada

Si hay un síntoma claro de esta nueva sensibilidad, es el rechazo casi instintivo a las llamadas telefónicas. Para muchas personas jóvenes, el teléfono no es una herramienta de diálogo sino una fuente de ansiedad. No se trata solo de preferencia: se vive como una invasión. “Las llamadas son una intromisión”, explica Lalueza. Frente a eso, prefieren los mensajes de texto, los audios, cualquier formato que les permita ver venir el pedido y tomarse el tiempo de pensar una respuesta. El control, de nuevo, como salvavidas.

Y no se trata —como a veces se dice con ligereza— de que “los jóvenes no saben comunicarse”. Comunican mucho, todo el tiempo, pero lo hacen bajo otras reglas. Quieren elegir el canal, el momento, el tono. Quieren evitar el cara a cara improvisado, donde el error, el silencio incómodo o la torpeza pueden dejar al descubierto vulnerabilidades. En cambio, eligen la asimetría del mensaje: uno habla, el otro responde cuando puede o quiere. Sin prisa. Sin riesgo. Con margen de maniobra.

¿Y en el trabajo?

Claro que esto choca de frente con algunos códigos del mundo adulto, especialmente en el ámbito laboral. Allí, muchas veces, una llamada es más rápida, más eficiente, más directa. Y ahí aparece el dilema. Como dice Lalueza, “en el trabajo deben hacerlo, no es una opción”. La pregunta entonces es cómo tender puentes. Cómo crear espacios donde la espontaneidad no se viva como amenaza, y la autenticidad no sea una carga.

No se trata de forzar a nadie a abandonar su estilo comunicativo, sino de entender de dónde viene. La generación muda no es muda por falta de voz, sino porque aprendió que hablar sin filtros puede tener consecuencias. Es una generación que nació expuesta y que, por eso mismo, busca protegerse. Que prefiere lo controlado antes que lo improvisado, lo planificado antes que lo visceral. Y que, quizás, necesita que quienes crecimos en otros contextos aprendamos también a escuchar de otro modo.

Una oportunidad para repensar el vínculo

La entrevista con Lalueza deja más preguntas que respuestas, pero eso es lo valioso. Nos obliga a preguntarnos cómo cambiamos todos, no solo los jóvenes. Cómo nuestras herramientas moldean nuestros vínculos. Cómo el deseo de mostrarse “bien” a veces choca con la necesidad de ser uno mismo.

Y sobre todo, nos recuerda que comunicarse no es solo hablar: es también aceptar el riesgo del encuentro. Un riesgo que, tal vez, valga la pena seguir tomando. Aunque sea incómodo. Aunque no salga perfecto. Aunque nos muestre tal cual somos.

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