
En los últimos años, el auge de la inteligencia artificial (IA) ha transformado la manera en que trabajamos, nos informamos e interactuamos. Herramientas como los chatbots, los asistentes virtuales y los sistemas de recomendación se han vuelto parte de nuestra vida diaria. Pero detrás de cada respuesta generada por una IA, existe una enorme infraestructura tecnológica que requiere electricidad, agua y recursos naturales para operar. Este consumo creciente ha despertado preocupaciones, especialmente en torno a su impacto ambiental. Sin embargo, cuando se observa con perspectiva, el panorama es más matizado de lo que parece.
La electricidad detrás de cada respuesta
Los centros de datos —los gigantescos edificios repletos de servidores que hacen posible la IA— están viendo cómo su consumo de electricidad se dispara. Se proyecta que para 2030 la demanda eléctrica generada por la IA se habrá duplicado, y que para 2035 el consumo total de electricidad de los centros de datos globales también se duplicará, impulsado especialmente por países como China y Estados Unidos.
Para ponerlo en contexto: empresas tecnológicas como Microsoft, Google y Meta ya consumen más electricidad que algunos países. Y una sola pregunta a un chatbot como ChatGPT puede utilizar alrededor de 2.9 watt-hora de energía, bastante más que una búsqueda tradicional en Google, que consume menos del 10% de esa cantidad.
A día de hoy, los centros de datos del mundo consumen más electricidad que Arabia Saudita y casi tanto como Francia. Sin embargo, las compañías tecnológicas no son indiferentes a esto. Dado que la electricidad representa un alto coste operativo, se han volcado en mejorar la eficiencia energética de sus sistemas. Se están utilizando chips personalizados —como las TPUs de Google— que requieren menos energía para procesar datos, y se han hecho grandes avances para reducir el costo energético por token procesado (el equivalente a una palabra o fragmento de texto en IA).
Es importante destacar que, si bien la IA contribuye al aumento del consumo eléctrico, la mayor parte del crecimiento actual proviene de los centros de datos utilizados para servicios de internet convencionales, como streaming, almacenamiento en la nube o comercio electrónico.
Además, se están dando pasos importantes hacia una matriz energética más limpia. Las energías renovables, como la solar y la nuclear, están creciendo con fuerza. China lidera la producción mundial de paneles solares, baterías y centrales nucleares, y empresas como Amazon, Google y Meta apoyan iniciativas para triplicar la capacidad nuclear global antes de 2050. Microsoft incluso está considerando operar sus propios reactores nucleares para alimentar sus centros de datos.
¿Y el agua? Mucho ruido, poca agua
Una de las críticas más frecuentes que se escucha es sobre el consumo de agua de la IA. Es cierto que los centros de datos requieren agua para su funcionamiento, principalmente para el enfriamiento de sus equipos, ya que los chips como las CPU y GPU generan una gran cantidad de calor al operar. Pero, ¿es este consumo realmente significativo?
Los datos dicen que no. Todos los centros de datos del mundo consumen juntos unos 4.1 millones de litros de agua al día, lo que equivale a apenas una piscina olímpica y media. Para ilustrar: producir 1 kg de almendras requiere más de 1,500 litros de agua. Un solo bistec de 250 gramos necesita más de 4,600 litros. En comparación, los centros de datos consumen agua a una escala minúscula.
Además, el agua que se utiliza en estos procesos generalmente no se pierde. En su mayoría, fluye a través de los sistemas de enfriamiento o se usa en la generación de electricidad (por ejemplo, en hidroeléctricas o para enfriar plantas térmicas), y luego se devuelve a la naturaleza. Es decir, no es agua absorbida ni contaminada como ocurre, por ejemplo, en la agricultura o la ganadería intensiva.
Si lo comparamos con actividades cotidianas, el consumo eléctrico y de agua de un año usando un chatbot de IA equivale a conducir un automóvil 10 km, tomar cinco duchas calientes de cinco minutos o llenar una bañera dos veces. Incluso considerando todo el uso global de centros de datos, la humanidad consume más agua en un solo día comiendo carne que lo que esos centros consumirían en 2,000 años.
Eficiencia creciente, impacto decreciente
Una preocupación legítima es la conocida paradoja de Jevons: cuanto más eficiente se vuelve una tecnología, más se usa, lo que puede aumentar el consumo total. Esto aplica también a la IA. Al hacerse más rápida y barata, su uso se expande a más sectores, desde la medicina hasta el entretenimiento. Pero esto no significa que el impacto ambiental se dispare sin control. Al contrario: los avances en eficiencia y el cambio hacia fuentes de energía renovables están ayudando a mitigar el impacto.
En definitiva, si bien la IA y los centros de datos consumen energía y agua, no son los principales culpables de la crisis ambiental. El consumo de carne, el transporte contaminante y la industria pesada generan un impacto mucho mayor. Enfocar la atención solo en la IA puede ser una distracción de los verdaderos desafíos que enfrenta el planeta.
Como usuarios, podemos y debemos ser conscientes del impacto de nuestras decisiones tecnológicas, pero sin caer en la culpa injustificada. La revolución digital y la inteligencia artificial son herramientas poderosas que también pueden contribuir a soluciones sostenibles si se utilizan con responsabilidad y planificación. Y en esa dirección, parece que ya estamos avanzando.