Tuesday, May 13

Trump, el imperialismo del siglo XXI

100 días que desordenaron al mundo

Por. Modesto Guerrero

El día que Donald Trump cumplió los primeros cien días de su nuevo gobierno, había logrado por lo menos dos cosas. Desordenar el sistema mundial de comercio y cambiar las reglas globales del neoliberalismo, y al interior, iniciar la prueba de aniquilación de la democracia en su país.
En 100 días emitió 140 Ordenes Ejecutivas para gobernar la economía, la actuación de los jueces en el sistema judicial, el tradicional derecho de migración, la libertad de expresión dentro de las universidades y la autonomía de los rectores universitarios para gobernar estas casas de estudio. Además, desmanteló instituciones científicas básicas para controlar el clima, la salud y la previsión de catástrofes naturales. Todo en apenas cien días. Sin control del Congreso, pero con la complicidad de los diputados y senadores del Partido Demócrata y más de la mitad de los consorcios de medios.

Solo tuvo la oposición pública de algunos profesores, intelectuales y de una parte del movimiento estudiantil. La única resistencia seria la tuvo de un difuso movimiento social urbano nacido en La Florida, extendido a una veintena de grandes ciudades, que realizó una primera manifestación entre el 2 y el 3 de abril.
En una parábola con lo que se observa en Argentina, la “oposición” existente colabora, salvo excepciones, con sus votos y discursos en el parlamento, en los sindicatos con su inacción, o peor, haciendo cálculos electorales para mantener sus “cajas” de privilegio.

Aquello de que la historia se repite solo como tragedia tiende a repetirse. En 1939 fueron los gobiernos de Francia, Gran Bretaña y la URSS. Ellos facilitaron el acceso al poder del imperio nazi.

Donald Trump aún no es Adolfo Hitler, pero la inacción cobarde de sus opositores “democráticos” internos y los gobiernos guerreristas de Europa, le tienden la alfombra para que se convierta en algo peor, igual que en Argentina facilitan que Milei sea el pequeño Bonaparte semicolonial de Estados Unidos.

En el camino quedarían destrozados –si no son frenados por rebeliones y revoluciones–, los derechos democráticos, económicos y sociales de los pueblos.

Una advertencia inteligente de esa perspectiva la aportó uno de los intelectuales norteamericanos que se opone al proyecto Trump.

Es el historiador y profesor de la Universidad de Columbia, Anders Stephanson, autor de varios libros sobre el imperialismo de su país. El sostiene lo siguiente,

Pero la iniciativa más llamativa hasta ahora se encuentra en otro lugar: en la feroz expansión del poder ejecutivo a escala nacional mediante la aplicación del enorme poder que siempre ha estado alojado potencial y realmente en la oficina presidencial con respecto a la política exterior al sistema político doméstico, a menudo inerte y lento, que ha sido objeto de una ráfaga de ataques disruptivos que, por supuesto, cuenta con la ayuda de un Congreso y un Tribunal Supremo dóciles. De hecho, los tribunales disidentes pueden tener un poder limitado para hacer cumplir la ley en el caso de que la Casa Blanca decidiera llevar las cosas al extremo. (Anders Stephanson, publicado en The Left Rewiew y traducido por el Instituto República y Democracia, del partido Podemos para Diario Red, Madrid, 21.03.25)

Un ejemplo de ello fue la impavidez de la Corte Suprema el día que un Juez federal no pudo impedir la deportación de tres centenares de latinoamericanos con derecho de residencia por haber nacido en suelo norteamericano.

El Secretario de Justicia amenazó al Juez disidente. El Presidente del Tribunal Supremo se limitó a declarar que la ley siempre prevé el derecho de apelación en caso de disidencia…

Comentaristas del caso, sostienen que no hay registro de una ruptura similar de la norma de funcionamiento del poder burgués, desde la Guerra de Secesión en 1864.

Esta dinámica habilita a pensar, aún con riesgos, que Estados Unidos ha comenzado a transitar un proceso de bonapartización de su régimen político. Esto no estaba previsto, pero si anunciado en señales por los gobiernos entre Reagan y Biden.

Las Ordenes Ejecutivas de Trump, la rendición a Zellenski, sus desplantes televisivos y la actitud imperial de su Vicepresidente J. D. Vance ante los gobiernos europeos, exigiéndoles que obedezcan o sucumban, alimentan la personalidad del Bonaparte para ese bonapartismo en marcha.

Faltan aún las pruebas decisivas de la lucha social y la respuesta policial del gobierno para confirmar o negar este proceso. Esa prueba comenzó con las movilizaciones ciudadanas pacíficas del 2 de abril, pero es temprano para evaluar su potencialidad.

Encontrar algo similar a lo que pretende Trump, obliga a remontarse al siglo XIX cuando varios presidentes expandieron el territorio norteamericano mediante guerras, chantajes y agresiones contra México, España o Rusia. De esos años es la idea norteamericana de anexionarse Groenlandia. El plan para el Golfo de México, en cambio, nació en un Congreso en Misissipi a mediados de los años 80, durante Reagan… pero de parte de un grupo de diputados Demócratas, según la versión del doctor Alfredo Jalife, de la UNAM.

En el reciente siglo XX, solo se le aproxima la presidencia de Nixon. La diferencia es que Nixon terminó mal. Fue depuesto y derrotado en Vietnam y en las calles norteamericanas, por el movimiento estudiantil y feminista. Por ahora, Trump no cuenta con esas adversidades.

Stephanson no acude al concepto de Bonapartismo, usado por el marxismo desde 1850, pero dibuja con sugerencia algo similar. Piensa que en su país, “Un estado de excepción no es en absoluto inconcebible”.

Con esta frase lapidaria termina su acucioso artículo, usado por Pablo Iglesias para editorializar en su programa La Base, en los primeros días de marzo.

Esta perspectiva sería previsible para países latinoamericanos, pero, para un imperio que lleva más de dos siglos con su régimen democrático inalterado (excepto cuatro años por una guerra), es mucho.

En cualquiera de los casos hipotéticos, las claves de comprensión y actuación son dos. Lo que hace y deshace el gobierno de Trump es la primera. La segunda es lo que no hace y hace la oposición política financiada, por un lado, y en un terreno distinto, la resistencia que sea capaz de sostener el pueblo norteamericano, que sentirá por primera vez en dos siglos, un recorte sin medida de todos sus derechos.

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