
Hace apenas unos años, Tesla parecía invencible. Sus autos eléctricos eran sinónimo de futuro, su CEO una figura omnipresente, y su valor bursátil desafiaba la lógica del mercado. Pero en 2025, el panorama es otro. El brillo se opaca. La competencia, especialmente la china, se ha vuelto feroz. Y el futuro que Tesla ayudó a imaginar, hoy amenaza con dejarla atrás.
Los números no mienten. BYD, el gigante chino, lleva dos trimestres consecutivos superando a Tesla en ventas globales de autos eléctricos. En el primer trimestre de este año, colocó más de 416 mil unidades, frente a las 336 mil de Tesla. Pero el golpe no es solo numérico: es estratégico. BYD no solo vende más, también vende en más lugares, con precios más bajos, carga más rápida y una política de expansión agresiva, especialmente en Europa, Asia y América Latina.
Tesla sigue siendo una empresa con enorme valor, sí, pero su acción ha caído un 41% desde su pico reciente. Su capitalización de mercado, que llegó a superar el billón de dólares, ronda ahora los 750 mil millones. El mercado huele la debilidad. Y no solo por la competencia china.
Una parte importante del problema es Elon Musk. Su figura, tan magnética como divisiva, se ha convertido en un lastre para la marca. Su apoyo abierto a Donald Trump ha polarizado al público. Estudios indican que muchos consumidores liberales, antes fieles a Tesla, hoy se alejan. En EE.UU. y Europa, las ventas caen. En Alemania, país clave para Tesla, se reportan boicots, protestas y vandalismo contra sus vehículos. El valor de la marca ha caído un 26% en un año. Un daño intangible, pero real.
Mientras tanto, los competidores chinos avanzan sin pausa. BYD produce sus propias baterías, chips y componentes. Esto le da una ventaja de costos enorme. El BYD Seagull cuesta apenas $9,500. El Qin L, menos de la mitad que un Model 3. Y vienen cargados de tecnología: asistentes de manejo, pantallas, conectividad. Todo incluido. Mientras Tesla aún cobra aparte por su software de conducción autónoma.
La tecnología de baterías también ha cambiado el juego. Tesla apostó por densidad y potencia. BYD, por eficiencia, costo y seguridad. Su batería Blade, con tecnología LFP, es más barata, más estable y permite cargas ultrarrápidas. Su nuevo sistema alcanza 1000 kW, superando incluso al Supercharger de Tesla. Para un usuario común, eso significa menos espera, menos miedo y más ahorro.
El modelo de producción chino, además, es ágil. Se actualizan modelos cada año, se prueban ideas rápido, y el respaldo estatal no es menor: subsidios, infraestructura, diplomacia industrial. Un combo poderoso que Tesla no puede igualar con tuits ni lanzamientos mediáticos.
Los nuevos modelos tampoco ayudan. El Cybertruck, que parecía un emblema del futuro, ha decepcionado. Ventas bajas, diseño polarizante, problemas de fiabilidad. El Model Y actualizado no logra levantar la curva en Europa. Incluso con ajustes de producción, las cifras caen. El mercado crece, pero Tesla pierde terreno.
¿Hay salida? Tal vez. Tesla trabaja en una versión económica del Model Y, planea un auto por debajo de los $30,000 y promete una “revolución” con sus robots Optimus y su red de robotaxis. Ya prueba sus servicios en Austin. Si estas apuestas tecnológicas funcionan, podrían abrir nuevos caminos. Pero su éxito es incierto. No basta con la promesa: se necesita ejecución, escalabilidad y aceptación.
La empresa también sigue innovando en baterías, almacenamiento de energía y software. Pero el desafío no es solo técnico. Es narrativo. Es de marca. Tesla necesita recuperar una historia que conecte con la gente, no solo con los inversores. Porque el futuro, al final, no es solo quién tiene la mejor batería. Es quién entiende mejor al usuario.
Tesla ya no está sola. El mundo que ayudó a crear ahora la empuja. El rugido de los autos eléctricos ya no viene solo de Silicon Valley. Llega, cada vez más fuerte, desde China.