Tuesday, May 13

“Black Mirror”: el espejo incómodo de nuestras tecnologías


En una época donde el futuro parece llegar más rápido que nuestra capacidad para entenderlo, Black Mirror se ha convertido en algo más que una serie: es un espejo oscuro que nos obliga a mirar de frente las consecuencias de nuestras decisiones tecnológicas. Cada episodio, desde el más distópico hasta el más íntimo, nos lanza una advertencia disfrazada de entretenimiento. Y aunque lo veamos en la comodidad de una pantalla, la incomodidad que deja permanece mucho después de los créditos.

Creada por Charlie Brooker, la serie nació con una intención clara: incomodar. No se trata de ciencia ficción lejana, con naves espaciales y planetas remotos, sino de historias que podrían pasar “pasado mañana”. Esa cercanía es lo que la vuelve tan inquietante. En vez de imaginar futuros imposibles, exagera los problemas que ya tenemos: la obsesión por los likes, la pérdida de privacidad, la sustitución del contacto humano por pantallas y algoritmos.

Uno de los episodios más recordados, Nose Dive, muestra un mundo donde cada interacción es calificada con estrellas. Tu crédito social —tu puntaje— decide si podés alquilar una casa, tomar un vuelo o hablar con ciertas personas. Si parece exagerado, basta mirar a ciertas aplicaciones en China o incluso nuestras propias redes sociales, donde las calificaciones afectan vidas reales. ¿No vivimos ya en un sistema donde la aprobación digital se ha vuelto una nueva forma de capital?

Esa es una de las claves del éxito de la serie: la línea entre la ficción y la realidad es cada vez más delgada. Episodios como Be Right Back, donde una mujer interactúa con una réplica digital de su pareja fallecida, ya no son pura fantasía. Amazon ha desarrollado tecnología capaz de imitar voces humanas a partir de segundos de audio. Y los avances en inteligencia artificial generativa han hecho posibles deepfakes tan realistas que podrían engañar incluso a nuestros propios recuerdos.

¿Hasta qué punto somos dueños de nuestra imagen, de nuestra identidad, de nuestras emociones? Black Mirror no da respuestas, pero sí plantea las preguntas. Y lo hace desde un lugar que no condena la tecnología, sino la manera en que la usamos. El problema no es el dispositivo, sino nosotros. Como dijo Brooker: “No es que la tecnología sea malvada; es que nosotros somos torpes y a veces crueles con herramientas poderosas en las manos”.

Con la llegada de su séptima temporada en 2025, la serie sigue tocando fibras sensibles. Episodios como Common People exploran un sistema de salud basado en suscripciones, donde vivir o morir puede depender de si pagaste el plan premium. En Hotel Reverie, actores muertos siguen protagonizando películas gracias a la IA. Son historias que, en otra época, hubieran parecido absurdas. Hoy, solo nos parecen lógicas.

El peso emocional de Black Mirror radica en que no se conforma con mostrar tecnología: muestra a personas. Personas que sufren, se obsesionan, aman, odian o simplemente se rompen frente a sistemas que no entienden. Así, logra que lo digital se vuelva profundamente humano. Nos habla de duelo, de memoria, de autenticidad, de control. De todo lo que la tecnología puede amplificar, pero también distorsionar.

También hay algo profundamente ético en su propuesta. Cada historia funciona como una advertencia sobre lo que puede pasar si no reflexionamos, si no regulamos, si no priorizamos a las personas por encima del algoritmo. ¿Es correcto clonar digitalmente a alguien sin su consentimiento? ¿Qué derechos tiene una conciencia artificial que piensa y siente? ¿Queremos un mundo donde la salud, el amor y la muerte estén gobernados por suscripciones y códigos?

La serie no pretende dar respuestas cerradas, pero obliga a la audiencia a hacerse responsable. Nos devuelve la pregunta con cada final en negro: ¿y vos qué harías?

Más allá de su impacto narrativo, Black Mirror ha influido en la forma en que hablamos de tecnología. Políticos, tecnólogos, periodistas y activistas la citan como referencia cuando quieren señalar un límite que no debe cruzarse. Incluso sus ideas han influido en el diseño de productos y servicios reales. En cierto sentido, la serie ha dejado de ser solo televisión: es parte del debate público sobre el rumbo que queremos tomar como sociedad digital.

Por supuesto, hay quienes critican que su tono pesimista puede llevar a la resignación, a pensar que todo futuro será inevitablemente distópico. Pero ese es precisamente el punto. Black Mirror no es un mapa del destino, es una advertencia. Nos muestra un camino posible para que podamos elegir otro.

Porque al final, el espejo negro de nuestras pantallas no solo refleja a la tecnología. Nos refleja a nosotros. ¿Qué vemos cuando la pantalla se apaga? ¿Nos gusta ese reflejo?

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