Friday, January 24

Alien Duce, comó  es que ganó el gran matón de la internet (Capitulo 4)

Mientras los políticos discuten bajo n techo gastado, Milei entiende la tormenta: una desolación colectiva amplificada por las redes. Transformando la bronca en comunidad líquida, viralizando el caos como narrativa. Milei no construyó nada solo ocupó el vacío.

Por: Mariano Quiroga

La grieta líquida: cómo Milei se convirtió en el político del algoritmo

Llueve. Afuera, el agua arrastra cualquier plan, pero adentro, el peronismo se planta como si la tormenta fuera un invento. “No está lloviendo”, dicen. Es un gesto más allá de lo político: una negación del mundo visible, una fe ciega en que las condiciones objetivas pueden alterarse con pura voluntad. Esta discusión, absurda en su literalidad, es un anticipo de lo que hoy vemos: un país donde la realidad se disputa como si fuera opinable, donde incluso los hechos más básicos son terreno de batalla.

En la política argentina, la lógica importa menos que el relato que se sostiene. La lluvia es tan real como el cansancio colectivo por explicar lo evidente. El clima esta siendo negado, pero en otra escala: desigualdad, inseguridad, miedos compartidos. Cada lado tiene su diagnóstico y su verdad irrefutable, mientras afuera el agua sigue cayendo. La diferencia está en que hoy no miramos por la ventana; nos distraemos con las pantallas, creyendo que algo salvará el agua que cae sobre los cables de alta tensión.

El resultado de las elecciones fueron el golpe seco que confirma una grieta más honda: la de los que no se sienten parte de nada. No es solo voto bronca, como se apuran a llamarlo; es algo más oscuro, más íntimo. Es el voto de la desolación, de quienes sienten que la política, como una casa abandonada, dejó de tener techo. No es la economía, no son los medios; es el silencio ensordecedor de una década de vacíos. Milei no inventó el enojo, lo escuchó. Supo leer esas miradas perdidas que no encuentran eco en ninguna bandera, y ahí se plantó, más como símbolo que como propuesta.

Pero la desolación no es sólo individual, es colectiva. Es el eco de un sistema que insiste en diagnosticar con fórmulas viejas, ignorando la complejidad del momento. La narrativa de los medios, se queda corta frente a una generación que aprendió a gritar en soledad, entre pantallas, hashtags y chats vacíos de contenido real. Milei no ganó por ser un genio político; ganó porque escuchó lo que nadie quiso oír: que hay un abismo entre el discurso de la política y la vida cotidiana. Mientras los demás discutían el clima, él habló con los que llevan años bajo la lluvia, empapados, sin paraguas, y les prometió que las tormentas se pueden apagar con un grito.

En un país donde la política se desmoronaba entre discursos gastados y enemigos imaginarios, Milei no apareció: creció, como una grieta más en la pared de un edificio abandonado. Lo que parecía morbo televisivo en el programa de Mauro Viale era, en realidad fue el inicio de un relato capaz de captar el pulso de una generación huérfana de voz. Mientras Macri hablaba en contra del pasado y Cristina se parapetaba en un presente idealizado, los cimientos de una comunidad digital se armaban en los márgenes: foros, YouTube, redes sociales. No es que Milei entendió lo digital; lo habitó, como quien ocupa una casa vacía y la convierte en hogar para los desarraigados.

Esa “comunidad” no era el espacio utópico que prometen los slogans de marketing político, sino un refugio para la desolación. Lo que los otros dejaron caer —la conexión, el diálogo, la construcción de un nosotros—, él lo recogió en likes y comentarios anónimos. Mientras los partidos tradicionales debatían en circuitos cerrados, Milei construyó una narrativa desde el caos, desde las ruinas de un sistema que había olvidado cómo hablarle a la gente sin condescendencia. No fue un fenómeno, como algunos dicen; fue un proceso. Un proceso donde el enojo, la bronca y la soledad encontraron en internet el eco que la calle ya no podía darles. Y así, sin liderar el caos, lo dejó crecer.

La política tradicional, con sus discursos interminables y editoriales unidireccionales, ya no tiene lugar en un mundo donde el algoritmo manda. TikTok, ese “algoritmo democrático”, hizo lo que años de inversión en medios tradicionales no pudieron: multiplicar voces, masificar ideas y conectar con los descontentos. Milei no inventó nada; entendió que el hartazgo argentino necesitaba un canal, y lo encontró en las redes sociales. Con pocos recursos y mucho instinto, se convirtió en el eco del caos global. No es que las redes lo eligieran, sino que él es tan nativo de ellas como quienes lo siguen. Y cuando los medios tomaron su figura, solo sellaron el pacto: lo que las redes hacen atractivo, ellos lo legitiman.

El fenómeno no es local, ni exclusivo de Argentina. Es la evidencia de un cambio de reglas, donde la política dejó de hablarle a la gente y empezó a gritarle al vacío. Los medios se subordinan a las redes porque estas son ahora el origen de toda narrativa. La palabra unidireccional murió porque ya nadie quiere escuchar sin interactuar. Milei, con sus frases incendiarias y su energía caótica, es la antítesis de la solemnidad; es contenido moldeado para viralizarse. No tiene guion, no tiene forma fija. Es un político líquido, fragmentado en millones de clips que se comparten, comentan, odian o celebran, pero que siempre generan algo: movimiento. Y en ese movimiento, las redes lo consagran como un avatar de este tiempo.

Milei no es un político tradicional; es un nodo dentro de un entramado de ideas fragmentadas, una comunidad construida en la lógica caótica y coral de internet. Su narrativa es líquida, adaptable, y se alimenta de la horizontalidad —falsa pero efectiva— que nació en los foros y redes sociales de los primeros días digitales. En esa comunidad, no se busca consenso, sino pertenencia. Sus seguidores no necesitan estar de acuerdo con todo lo que dice; basta con que encuentren un pedazo de sí mismos en el magma teórico que lo rodea. Milei no lidera desde un pedestal, lidera desde el centro del ruido, como un algoritmo humano que recoge, combina y refleja las inquietudes de su entorno.

El paralelismo con Reddit no es casual. Su plataforma es una superposición infinita de capas: memes, debates, videos virales y teorías que no buscan linealidad, sino volumen. Así crece su “comunidad”: por acumulación, no por estructura. En el búnker de su triunfo, con pocos seguidores y sin la maquinaria de un partido tradicional, se vio la misma lógica. No importa cómo gestiona el estado, porque lo que importa es que logró algo único: transformar la política en un espejo roto donde cada seguidor encuentra un fragmento propio. Es un fenómeno de hiperconexión emocional más que racional, un político del caos que entiende que en la era digital, no necesitas hablar dos horas, solo estar en todas partes al mismo tiempo.

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