Friday, January 24

Ciro, la moto y la gestion express de Ramiro Marra

Por: Mariano Quiroga

El caso de Ciro Rodrigo no es un accidente aislado. Es un eco de un engranaje que rechina en una sociedad saturada de normas que, en lugar de proteger al trabajador, lo aplastan con su peso. Ciro no es solo un conductor de Uber Moto; es el rostro de miles que sostienen su vida al filo del vértigo cotidiano. Su moto, más que un vehículo, representa su herramienta de subsistencia, su libertad económica y, en última instancia, su identidad como trabajador en un mundo que valora más la productividad que a las personas.

La noche del 1 de enero de 2025, mientras trabajaba en las calles de Buenos Aires, Ciro fue detenido en un control vehicular. Su infracción no fue un exceso de velocidad, una maniobra peligrosa ni un resultado positivo en el control de alcoholemia. Fue algo mucho más insólito: su pasajera había consumido alcohol. Aunque Ciro no infringió ninguna norma de tránsito, las autoridades aplicaron una interpretación estricta y despersonalizada del Código de Tránsito. Confiscaron su moto, su principal herramienta de trabajo, y le impusieron una multa que lo dejó aún más asfixiado económicamente

Ciro quedó parado en la calle, casco en mano, con la mirada perdida. En un sistema que lo obliga a reinventarse cada día, su moto no es solo un medio de transporte, sino una extensión de su ser en una sociedad que mide el valor de las personas por su productividad. En este contexto, la retención de su vehículo no fue solo una pérdida material, sino un golpe directo a su capacidad de existir como sujeto económico y social.

El drama de Ciro se enmarca en una sociedad, donde la velocidad, la eficiencia y la hiperconectividad dictan las reglas. En este contexto, la vida diaria se convierte en un constante balanceo entre oportunidades y riesgos. La hipermodernidad redefine al trabajador como un “emprendedor de sí mismo”, alguien que no depende de estructuras tradicionales, sino que se reinventa constantemente. 

Esto enfrenta una paradoja: la economía digital promete libertad, pero ofrece inseguridad, dejando a los trabajadores desprotegidos. Uber Moto refleja esta dualidad, combinando oportunidades con precariedad. Ciro personifica este dilema: su moto no es solo transporte, es su vínculo con una sociedad que equipara movilidad con supervivencia. La retención de su vehículo no fue solo una pérdida material, sino un golpe a su existencia como sujeto económico y social.

Cuando todo parecía perdido, la respuesta para Ciro llegó desde Ramiro Marra, legislador porteño por La Libertad Avanza que se enteró del caso a través de las redes sociales. En un mundo donde las plataformas digitales son el nuevo foro público, la historia de Ciro se viralizó rápidamente, generando indignación y empatía. Marra, entendiendo el poder de la inmediatez en la era digital, gestionó personalmente la devolución de la moto de Ciro, pagando de su bolsillo los costos asociados y garantizando que el trabajador pudiera volver a las calles.

En un mundo donde las redes sociales son el nuevo foro público, la intervención de Marra fue más que un gesto político: fue un acto comunicacional perfectamente sincronizado. Su acción no solo devolvió la moto a Ciro, sino que amplifica el caso en las plataformas digitales, logrando empatía y apoyo instantáneo. Poniendo en evidencia cómo los problemas cotidianos pueden volverse el centro de atención gracias a la inmediatez de la era digital.

La historia de Ciro expone un contraste brutal. Por un lado, una ley rígida, uniforme, ciega a las complejidades del día a día. Por el otro, el trabajador, como Ciro, obligado a adaptarse al vértigo de un entorno que no perdona errores. En el medio, un vacío político que se agranda con cada nueva crisis. En este contexto, Ramiro Marra, tras pagar la multa y devolver a Ciro su moto, propuso reformar el Código de Tránsito. Más que un ajuste técnico, fue un gesto simbólico: enfrentar normas diseñadas para un mundo que ya no existe.

Pero la propuesta de Marra tiene un filo que corta en varias direcciones. Mientras algunos lo ven como un defensor del ciudadano común, otros lo acusan de usar el caso como plataforma. ¿Cuánto hay de genuino y cuánto de cálculo político? En un sistema donde los conductores como Ciro lidian con leyes que los castigan y con aplicaciones que los explotan, el llamado a cambiar el Código de Tránsito trasciende lo legal. Es una declaración sobre qué vida vale más: la del trabajador que sortea baches y controles, o la de un sistema que prefiere la rigidez antes que la empatía.

Mientras tanto el Peronismo que siempre se identifico con las banderas de defender los derechos de los trabajadores ahora se enrieda en debates abstractos y propuestas generales, no ve que la sociedad esta en una lógica diferente donde pide: soluciones inmediatas y gestos pequeños, pero efectivos. La intervención de Marra no solo llena este vacío, sino que también deja en evidencia la desconexión de un sistema que castiga a quienes debería proteger.

La historia de Ciro Rodrigo no se trata solo de una moto recuperada. Su vehículo, al final, es una metáfora de un país que avanza a trompicones, donde cada quien empuja como puede para no quedarse atrás. La moto es el símbolo de la lucha diaria, del ingenio para salir adelante en un sistema que ofrece pocas garantías. Es también el reflejo de un cambio social más profundo: el paso de una política basada en grandes ideologías a una enfocada en pequeños gestos que logran grandes impactos.

En este contexto, los trabajadores como Ciro no necesitan discursos ni promesas a futuro. Necesitan respuestas inmediatas, visibles y concretas. Necesitan que alguien se haga cargo, que actúe, que les devuelva la posibilidad de seguir moviéndose. Porque en un mundo donde detenerse es caer, la movilidad no es solo una necesidad económica; es una cuestión de supervivencia.

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