Saturday, February 8

Casa tomada: Una casa nuestra, ya no tan nuestra

Este año, al conmemorar el 110º aniversario del nacimiento de Julio Cortázar (1914-1984), su cuento “Casa tomada” cobra una relevancia sorprendente como metáfora del surgimiento y expansión de la Inteligencia Artificial (IA) en nuestra sociedad actual.

Por: Mariano Quiroga

Hay cuentos que no envejecen, relatos que no solo sobreviven al tiempo, sino que lo reinventan. Casa tomada de Julio Cortázar es uno de ellos. Publicado por primera vez en 1946, su lectura tiene una forma inquietante de resonar, especialmente ahora, en esta era en la que lo humano y lo artificial parecen disputarse cada rincón de nuestra existencia.

El cuento es simple en su trama, pero complejo en sus ecos: dos hermanos viven en una casona familiar que, de a poco, es ocupada por algo o alguien. Nunca sabemos qué es esa fuerza invasora. Quizás no importe. Lo esencial es el modo en que ellos, Irene y el narrador, reaccionan ante la amenaza. No hay enfrentamiento, ni resistencia. Se limitan a retroceder, a ceder espacios, a adaptarse.

Cuando pienso en esa casa, con su quietud añeja, me resulta imposible no imaginarla como nuestra sociedad antes del auge de la Inteligencia Artificial. Un lugar cómodo, lleno de rutinas y certezas, donde el tejido de Irene y los recuerdos familiares eran lo más cercano a un conflicto. Pero esa calma tiene un final:

“El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación.”

Es un ruido extraño, casi imperceptible, como los primeros indicios de un cambio que aún no entendemos del todo. ¿No fue así también con la IA? Primero, los algoritmos que aprendían a jugar al ajedrez. Luego, las recomendaciones en nuestras redes sociales, los asistentes de voz. Antes de que lo supiéramos, ya estaban escribiendo textos, generando imágenes, tomando decisiones.


En el cuento, los hermanos aceptan con sorprendente naturalidad la pérdida de una parte de la casa. Irene suelta el tejido cuando descubre que los ovillos quedaron “del otro lado”. No hay drama, solo una resignación callada.

Y nosotros, ¿qué hemos soltado? ¿Cuántas habilidades hemos dejado del otro lado sin darnos cuenta? El cálculo mental, el arte de escribir a mano, el acto de perderse en una ciudad y preguntar direcciones. Con cada avance tecnológico, cedemos algo, a veces porque no hay alternativa, otras porque es más fácil.

Pero Casa tomada no es solo un relato sobre pérdidas. También es un cuento sobre límites. Los protagonistas viven cada vez más confinados, hasta que la casa entera les resulta inhabitable. En ese momento, no les queda más que abandonarla:

“Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla.”


Hay algo profundamente perturbador en esa decisión final. No es solo el abandono de la casa, sino la renuncia a cualquier posibilidad de recuperarla. Al tirar la llave, el narrador parece aceptar que ese espacio ya no les pertenece.

¿Estamos haciendo lo mismo con nuestra humanidad? Mientras la IA avanza, tomando roles en nuestras vidas, es difícil no preguntarse si hay espacios que deberíamos proteger, puertas que no deberíamos abrir. La eficiencia y la innovación son tentadoras, pero, ¿a qué costo?

Pienso en esto cuando veo cómo las inteligencias artificiales empiezan a reemplazar tareas creativas: escriben poesía, pintan cuadros, componen música. Y aunque sus resultados sean impresionantes, hay algo que se pierde en el proceso. Un cuadro pintado por un algoritmo puede ser técnicamente perfecto, pero carece de la mano temblorosa del artista, de la imperfección que lo hace único.

Quizás ese sea el gran desafío de nuestro tiempo: aprender a convivir con la IA sin ceder todo lo que nos hace humanos. Como en el cuento de Cortázar, debemos preguntarnos qué partes de nuestra casa queremos conservar, y cuáles estamos dispuestos a abandonar.


El cuento no ofrece respuestas, solo preguntas. Y quizás eso sea lo que lo hace tan atemporal. En el 110º aniversario de Julio Cortázar, Casa tomada nos recuerda que la verdadera amenaza no es lo que ocupa nuestros espacios, sino nuestra propia indiferencia.

Si el narrador y su hermana hubieran resistido, tal vez la casa aún sería suya. Si nosotros nos atrevemos a cuestionar el avance de la IA, quizás todavía podamos decidir qué papel queremos que juegue en nuestras vidas. Pero para eso, primero debemos hacer lo que Irene nunca hizo: mirar lo que dejamos del otro lado y decidir si vale la pena recuperarlo.

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