Thursday, October 10

Cuando el sistema genera criptomonstruos

En apenas un mes, el niño mimado pasó de salir en la tapa de Forbes a perder el 94 por ciento de su dinero por el derrumbe de su plataforma de intercambio de criptoactivos y de Alameda Research, una firma de capitales de riesgo.

Fuente: Pagina/12

Hasta hace un mes, Sam Bankman-Fried, más conocido con SBF, era el niño mimado del sistema. El joven de 30 años se mostraba exitoso, medido y profundo pero, sobre todo, meteóricamente millonario: el 27 de septiembre pasado apareció en la tapa de la revista Forbes. Entonces acumulaba 17.200 millones de dólares gracias a FTX, su plataforma de intercambio de criptoactivos (exchange) y Alameda Research, una firma de capitales de riesgo.

Menos de un mes después, SBF es un paria que quebró ambas firmas y perdió el 94 por ciento de su dinero. Es decir que le quedan “apenas” algo más de 1000 millones. ¿Cómo se construyen estos personajes con pies de barro? ¿Cómo se entiende que el sistema premie con fortunas, pero también con reconocimiento, prensa y confianza a alguien que, apenas se rasca la superficie, no es nada de lo que dice ser?

Utilitarismo

Este hijo de académicos nacido en el campus mismo de la Universidad de Stanford, de donde salieron personajes como los fundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin, entre otros, tuvo una educación de elite que incluyó campamentos matemáticos en el verano y el MIT desde 2010. Si bien su título fue en física y matemáticas, era conocido por sus ensayos filosóficos en los que se posicionaba como un utilitarista, una corriente que asegura que lo más importante es maximizar la felicidad de los seres vivos.

Al terminar sus estudios, dudó entre sumarse al Centro de Altruismo Efectivo (un movimiento filosófico que cree que la racionalidad es clave para maximizar el bienestar global) o trabajar en Wall Street. Unas pasantías de verano en un fondo de inversión lo llevaron a inclinarse por la segunda opción. Allí mismo, en Jane Street Capital, comenzó a trabajar al graduarse hasta que se aburrió, algo que le ocurría con frecuencia.

En 2017 decidió, junto a un compañero del MIT, Gary Wang (quien trabajaba en Google), crear una exchange. En ese momento, le dijo a su socio que las posibilidades de éxito eran del 20 o 25 por ciento, pero que los márgenes en caso de tener éxito podían ser enormes. También creó Alameda Research, supuestamente separada de FTX, que se dedicaba a invertir en el mundo cripto.

Resumiendo mucho, ambas compañías lograron un éxito enorme que se autoreforzaba: el éxito atraía a la prensa, en donde SBF explotaba su carisma y filantropía (que incluyó financiamiento a proyectos “creativos” para ganar la guerra en Ucrania y que ahora quedaron a la deriva), lo que atraía a más gente dispuesta a usar sus servicios. ¿Cómo podría alguien tan reconocido manejarse mal?

Todo pasa

En la primera semana de noviembre, FTX inició un cripto-corralitoLos colapsos en el mundo cripto son frecuentes, pero las dimensiones de éste no tienen paralelo aún. FTX era la tercera exchange del mundo y había asegurado que los depósitos de sus clientes se mantenían allí, una garantía de que quien depositara cripto recibiría cripto. Pero no. El 2 de noviembre se filtró a la prensa que 5800 millones de los 14.600 millones de dólares de Alameda estaban en la criptomoneda de FTX llamada FTT, básicamente criptodinero inventado de la nada por SBF y su empresa. Cuando el pánico corrió entre los clientes, comenzaron retiros por 6000 millones en 72 horas. El 8 de noviembre, los depósitos en FTX habían caído de medio millón de bitcoins a solo uno.

SBF reconoció en un hilo en Twitter haber cometido varios errores, sobre todo no haber sido suficientemente cuidadoso con la contabilidad. “Los problemas fermentaron. Más de lo que me daba cuenta”, indicó. En una entrevista posterior al desastre, SBF confesó que en realidad su cháchara sobre la necesidad de regular el mundo cripto era marketing: “A la mierda con los reguladores. Hacen que todo sea mucho peor. No protegen para nada a los clientes”, se sinceró.

Cuando el periodista le recordó lo que había dicho sobre la importancia de la ética y la filantropía, SBF contestó: “Toda la mierda tonta que dije no es verdad, realmente”. En esa misma entrevista, reconoce que si bien era cierto que FTX no invertía el dinero de sus clientes, transfirió activos a Alameda, que sí lo hacía. Sin embargo, asegura, creyó que esa compañía tenía “suficientes garantías como para cubrirlos”. De hecho, Alameda tenía parte de sus fondos invertidos en Luna, criptomoneda que quebró en mayo. SBF “subestimó” el impacto. “A veces la vida se arrastra y te alcanza”, sintetizó.

El informe de la declaración de la quiebra de FTX es tenebroso: Alameda le dio un préstamo personal de 1000 millones a FBS y 543 millones a otro director. La mayoría de las decisiones se hacían por chat y no quedaban registros. Nunca se hicieron reuniones de consejo, no existía una contabilidad precisa en FTX y no había registros de quiénes trabajaban para la empresa. Además, se usaron fondos corporativos para comprar bienes personales, casas incluidas y más.

En una sociedad que se considera meritocrática, la fortuna personal funciona como certificado de inteligencia y confiabilidad, en un loop de profecías autocumplidas frenéticas a injustificables. Es un sistema que se cree o simula creer sus propias mentiras mientras el negocio dure. Los que se retiran a tiempo ganan mucho dinero, que invierten en otro mercado que promete ganancias rápidas aunque deje detrás tierra arrasada. El caso de SBF, que pronto será solo otra anécdota, muestra otra vez cómo el sistema genera monstruos y se alimenta de ellos

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