Uso el celular unas 31 horas semanales, casi tantas como un trabajo a jornada completa. Según Susana Barreiro, médica especialista en sueño, y como apuntan distintos estudios, cuanto más tiempo desconectemos antes de dormir, más beneficios notaremos. Decido empezar por una hora, registrando mis progresos durante una semana
Fuente: DiarioAR
“La semana pasada, el tiempo de uso del dispositivo aumentó en un 6%, con una media de 4 horas y 24 minutos al día”, me dice el iPhone. Las apps que más he abierto: Instagram (durante casi nueve horas), WhatsApp (en torno a ocho) y Safari y Spotify (unas cuatro). A la semana, he usado el celular alrededor de 31 horas. Le he dedicado casi tantas como a un trabajo a jornada completa, subiendo un poco la media mundial: según muestra The Independent, en 2023, pasamos tres horas y 46 minutos al día con la mirada fija en esta pequeña pantalla.
Ver los datos así desglosados asusta. No importa realmente cuando una es consciente de que está haciendo scroll down en Instagram porque le apetece entregarse a ese imparable chute de dopamina, pero ¿qué sucede cuando se está tan cansado que no se puede parar? Suena contradictorio, pero así es: si por la noche termino de ver una película en el sofá y miro el celular, por mucho sueño que tenga, este conseguirá atraparme durante, como mínimo, media hora; lo que hará que me vaya a la cama más tarde y duerma menos. Y si antes de cerrar los ojos lo tomo para “quedarme dormida más rápido” —eso me digo, al menos—, lo más probable es que ocurra todo lo contrario, y que a la mañana siguiente sienta que me ha atropellado un camión. ¿Cómo parar la rueda?
Acudo a la pantalla del celular —dónde si no— para investigarlo, y descubro un pequeño estudio que asegura que apagar este dispositivo media hora antes de irse a la cama es suficiente para reducir la latencia del sueño (es decir, para dormirse más rápido), aumentar la duración y calidad del descanso, reducir los despertares y mejorar el humor y la memoria de trabajo.
Otro explica que apagando el teléfono una hora antes de irse a dormir, los participantes de la investigación no solo descansaron mejor y más rápido, también registraron mayor bienestar físico, felicidad y satisfacción con su existencia. “Además, se volvieron más receptivos al mundo que los rodeaba (…) Su adicción al teléfono disminuyó, lo que les permitió tener más control de sus vidas”, dice. Se minimizaron asimismo sus niveles de ansiedad y la sensación de estar ‘perdiendo el tiempo’, un tiempo que pudieron dedicar a tareas para las que normalmente sentían que no había hueco en el día a día.
Pese a contar con muestras reducidas, las conclusiones de ambos estudios suenan de lo más lógicas. Pero, si voy a autoimponerme la disciplina de dejar el celular a un lado antes de dormir para descansar más tiempo, necesito confirmar que son ciertas, por lo que consulto a Susana Barreiro, sleep coach del Instituto de Medicina del Sueño de España.
La profesional me asegura que dejar de usar el celular una hora antes de dormir elimina varios ‘obstáculos’ a la hora de descansar: “En primer lugar, la luz azul emitida por las pantallas puede interferir con la producción de melatonina, la hormona que regula el sueño. La melatonina se produce en la oscuridad, por lo que la exposición a esta luz puede retrasar la producción de esta hormona y dificultar el descanso”, me explica. A mi pregunta de si valdría, entonces, configurar la pantalla en modo cálido, responde que podría ayudar, pero que, en realidad, esta opción no elimina por completo la mencionada luz azul.
“En segundo lugar, el uso del móvil antes de dormir puede ser estimulante. Esto se debe a que las redes sociales, los juegos o los vídeos pueden aumentar la actividad mental y dificultar la relajación necesaria para conciliar el sueño”, continúa. “En tercer lugar, el uso del teléfono antes de dormir puede provocar ansiedad al ser una fuente de estrés, ya que nos puede conectar con noticias, mensajes o notificaciones que nos preocupan”.
Según Barreiro, cuanto más tiempo tengamos el celular apagado antes de dormir, mayores serán los beneficios que notaríamos en el descanso, aunque la recomendación extendida de una hora podría ser suficiente. “Es importante encontrar un equilibrio que funcione para cada persona”, me cuenta. Decido empezar por una hora, registrando mis progresos durante una semana.
¿Es lo mismo mirar un celular que un ebook antes de dormir?
El primer día, tras volver a casa de una cena con amigos, siento el impulso de abrir la aplicación del banco, quizá la más estresante de todas. Dejo esa idea a un lado y uso un libro electrónico hasta quedarme dormida, lo que realmente no hace que me duerma mucho más pronto de lo normal. Eso sí, duermo muy bien y no tengo esa sensación de “perder el tiempo” de la que hablábamos antes.
Pero ¿no es acaso un libro electrónico una pantalla, al fin y al cabo? Acudo a Barreiro: “Mirar la pantalla del Kindle antes de dormir puede interferir en la calidad del sueño. Sin embargo, hay algunas diferencias entre esta pantalla y la del móvil, pues la del Kindle emite menos luz azul, por lo que puede ser menos perjudicial”.
El segundo día me cuesta mucho dejar el teléfono a un lado, pues estoy en medio de la interesante documentación para un artículo. Al final, sin saber muy bien cómo, acabo viendo en bucle vídeos de la humorista Tina Friml, lo que me engancha un buen rato ya en la cama. Para no dar la espalda al ‘experimento’, al final vuelvo a tomar el ebook una media hora antes de dormirme y no puedo evitar preguntarme: en el caso de que uno no pueda despegarse del móvil a estas horas, ¿qué contenidos sería ‘mejor’ consumir para conciliar el sueño?
Según Barreiro, podríamos emplear el dispositivo para llevar a cabo actividades relajantes y que no estimulen la mente, como por ejemplo, escuchar música tranquila o meditaciones guiadas. Entrar en redes sociales, jugar a videojuegos o ver películas de acción o suspense estarían entre aquellas cosas que sería mejor evitar por completo.
El miedo a la oscura madriguera del conejo
El tercer día me quedo trabajando hasta tan tarde delante del ordenador que me pregunto si realmente tendrá algún efecto que use o no el móvil una vez me tumbe en la cama. Me acuerdo del meme que dice:
— Bienvenido a casa. ¿Has tenido un buen día mirando pantallas en el trabajo?
— Sí, mis pantallas estuvieron bien, ¿qué tal las tuyas?
— No estuvieron tan bien, así que me gustaría que viésemos algo en la gran pantalla de nuestra casa.
— Vale, pero puede que use mi pantalla pequeña mientras lo hacemos.
Evito la tentación de usar la “pantalla pequeña”, aunque me cuesta: sé que tumbarme y simplemente cerrar los ojos me puede llevar a lugares inhóspitos, entre los que se incluyen el patio del colegio en el que aquella amiga me dijo que no iría a mi cumpleaños en el 2000 o la pila de ropa que lleva una semana sin lavar.
La caída libre hacia un precipicio de pensamientos turbadores que, en mitad de la oscuridad, parecen mucho más acuciantes y terroríficos de lo que serían a la luz del día es justo lo que quiero evitar. Eso es lo que siento que el móvil ayuda a mitigar con su trampa de estímulo continuo. No obstante, en este caso, estoy tan agotada que me duermo antes de poder esbozar cualquier escenario mental. Algo que, sin duda, no habría conseguido si hubiera encendido el celular.
¿Puede conseguirse este pequeño milagro sin llegar a tales extremos de cansancio? Según Barreiro, es posible si creamos las condiciones idóneas para el sueño. Estas incluyen medidas como llevar a cabo una rutina relajante antes de acostarnos (puede incluir lectura, un baño caliente, música tranquila…), establecer una hora regular para acostarnos y levantarnos (que ayudará a nuestro cuerpo a regular su ritmo circadiano) y evitar la cafeína y el alcohol en las horas previas al descanso.
También es buena idea crear un ambiente sereno en el dormitorio, que debe ser oscuro, silencioso y fresco. Y para los que tendemos a rumiar cuando cae la noche, dos consejos clave: no estar continuamente mirando el reloj para evitar una ansiedad que, sin duda, no ayuda a la hora de caer dormidos, y escribir en un papel los pensamientos que nos ‘atormentan’ antes de irnos a la cama, para ‘liberarnos’ de ellos antes de apagar las luces.
La trampa del cansancio
El cuarto día llego tan cansada a casa después de trabajar durante toda la tarde que realmente solo quiero ‘despejar’ la mente. Miro deliberadamente el celular para evitar ponerme una película por dos razones: la primera es que siento que estoy demasiado agotada para centrar mi mente en algo que dure más de un minuto y la segunda, que tengo la impresión de que así me iré más pronto a la cama. Al final, tardo lo mismo en dormirme que si me hubiese puesto un largometraje.
Me doy cuenta de que cuanto más cansada estoy, más me inclino a consumir el tipo de contenido ligero y lleno de estímulos que ofrecen las redes sociales. Si durante todo el día no he hecho nada ‘para mí’, mi cerebro siente que ‘se merece’ esta gratificación instantánea. Es una pescadilla que se muerde la cola, la rueda del hámster que no va a ninguna parte. ¿Hubiera sido mejor poner la tele? “La televisión, al encontrarse más alejada de la persona, interfiere la mayoría de las veces menos que un móvil. Sin embargo, esto difiere en cada persona y circunstancia”, contesta la experta en sueño.
Los tres días restantes siguen el mismo patrón: cuanto más descansada estoy y más control siento que he tenido de mi tiempo durante el día, más sencillo me resulta dejar el móvil a un lado y antes concilio el sueño. Una vez que lo alejo de mí, siempre me asombra el gran número de actividades diarias que están relacionadas con él más allá de las obvias: si quiero mandar un documento al ebook, necesito el móvil. Si quiero lanzar una película a la pantalla de televisión o buscar información sobre la misma, igual. Si quiero registrar mis gastos, ponerme un recordatorio para el día siguiente, programar la alarma… Y, en el camino de hacer todas esas cosas ‘serias’, hay que evitar activamente la automatización que supone chequear Facebook o Instagram.
Al final, apagar el dispositivo una hora antes de dormir —algo que por supuesto nunca hago, simplemente, trato de apartarlo de mí— requiere, además de voluntad, un extra de planificación. También me resulta difícil porque, a pesar de tener la sensación de que me cuesta mucho separarme de este aparatito (las redes sociales poseen complejos mecanismos para hacernos entrar en un bucle infinito de consumo), no suelo sentir que estoy perdiendo el tiempo cuando lo uso: sí, en Facebook ya solo hay vídeos de perritos que cuidan patos —irresistibles—, pero Instagram no para de lanzarme noticias relevantes o contenidos de creadores que me resultan verdaderamente interesantes.
Para estos casos, quizá lo mejor sea limitar el tiempo de uso de las apps de manera efectiva. Y digo efectiva porque los controles que iPhone ofrece por defecto son demasiado fáciles de burlar para una adicta (basta con presionar “ignorar el límite” para seguir con la aplicación abierta). Hay apps que restringen de manera más efectiva el uso, por ejemplo, creando una clave que tú no conozcas y que solo puedas recuperar a través de tediosos procedimientos, pero eso sería quitarme realmente la zanahoria de delante de la cara. Y, lamentablemente, por mucho que eso interfiera en mi sueño, muchas noches siento que me la merezco.